Vivimos una época en que utilizamos adjetivos grandilocuentes para cosas que nos gustan y muchas veces sin pararnos a pensar en ello.
Esta mañana, mientras escuchábamos al "Padre" Bach, hemos pensado. ¿Esta música es bella o es sublime?. Hemos recurrido al diccionario de la RAE y vemos:
Bello: Que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por ext., al espíritu.
Sublime: Excelso, eminente, de elevación extraordinaria.
El filósofo Kant, con mucha más autoridad que nosotros, y dentro de su Ensayo de Estética y Moral, ya intentó diferenciar entre ambos conceptos, del que extraemos un párrafo dentro de un apartado donde habla de la "Sensibilidad".
Este delicado sentimiento que ahora vamos a considerar es principalmente de dos clases: el sentimiento de lo sublime y el de lo bello.
La emoción es en ambos agradable, pero de muy diferente modo.
La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton, producen agrado, pero unido a terror; en cambie, la contemplación de campiñas floridas, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción del Elíseo o la pintura del cinturón del Venus en Homero, proporcionan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente.
Para que aquella impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada, debemos tener un sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien la segunda, es preciso el sentimiento de lo bello. Altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado, son sublimes; platabandas de flores, setos bajos y árboles recortados en figuras, son bellos.
Y dentro de esa descripción, hemos intentado volcarlo sobre la música uniendo la belleza de Kathia Buniatishvili con el Claro de Luna de Debussy, realmente sublime.
Confiamos en que el lector sea indulgente ante estas extravagancias del redactor de esta nota, en un día muy especial para él.
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