Estableció nuevos estándares tanto para la ópera cómica como para la seria antes de retirarse de la composición a gran escala cuando aún estaba en la treintena de edad, en el apogeo de su popularidad.
La retirada de Rossini de la ópera durante los últimos 40 años de su vida nunca ha sido completamente explicada.
En París, a partir de 1855 se hizo famoso por sus salones musicales de los sábados, a los que asistían regularmente músicos y círculos artísticos y de moda de París.
Entre los invitados se incluyeron a Franz Liszt, Antón Rubinstein, Giuseppe Verdi, Meyerbeer y Joseph Joachim. La última gran composición de Rossini fue su Petite Messe Solennelle de 1863.
Rossini tenía una gran devoción por la cocina y la buena mesa y se llegó a pensar hasta tal punto que en aquellos tiempos que su verdadera pasión no era la música, sino la gastronomía.
A él se le atribuyen frases tan conocidas como:
“El apetito es la batuta que dirige la gran orquesta de nuestras pasiones”, “Comer y amar, cantar y digerir; esos son a decir verdad, los cuatro actos de esa ópera bufa que es la vida y que se desvanece como la espuma de una botella de champagne” o “La trufa es el Mozart de los champiñones”.
Todos conocemos muchos platos que llevan el nombre Rossini, unos creados por él mismo y otros somo como referencia, y así tenemos como máximo ejemplo El Turnedó a la Rossini, con una curiosa historia.
Musicalmente, Rossini nos dejó música sacra tan magnnífica como la citada Pequeña Misa Solemne, o su espectacular Stabat Mater.
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