Sus canciones, acompañadas por piano u orquesta, se encuentran entre las más populares del repertorio clásico del siglo XX.
Su Sonata para piano (1949), una composición encargada por Richard Rodgers e Irving Berlin, fue interpretada por primera vez por Vladimir Horowitz, convirtiéndose en la primera gran obra estadounidense para piano estrenada por un pianista internacionalmente reconocido.
En 1935 ingresó en la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras.
Al año siguiente conoció en Roma a Arturo Toscanini y además escribió su Cuarteto para cuerdas en si menor, cuyo segundo movimiento —a sugerencia de Arturo Toscanini— arregló para orquesta de cuerdas, dándole el título de Adagio para cuerdas (Adagio for Strings) y, posteriormente, para coro mixto como Agnus Dei. Estas melancólicas piezas son sin duda alguna sus obras más famosas.
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