Su obra sirve de puente entre el bel canto de Rossini, Bellini y Donizetti, y la corriente del verismo y Puccini.
En sus primeras óperas mostró simpatía por el movimiento del Risorgimento, que buscaba la unificación de Italia.
El coro «Va, pensiero» de su tercera ópera, Nabucco (1842) —y coros similares en óperas posteriores—, estaban muy en el espíritu del movimiento de unificación y se llegó a considerar al propio compositor como un representante de estos ideales.
Sin embargo, Verdi, una persona intensamente reservada, no trató de congraciarse con los movimientos populares y, a medida que tuvo éxito profesional, redujo su carga de trabajo operístico y buscó establecerse como terrateniente en su región natal.
Sorprendió al mundo musical al regresar, después de su éxito con la ópera Aida (1871), con tres obras maestras tardías: su Réquiem (1874) y las óperas Otelo (1887) y Falstaff (1893).
Fue autor de algunos de los títulos más populares del repertorio lírico, como los que componen su trilogía popular o romántica de su período medio: Rigoletto, El trovador y La traviata.
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