Compuso música coral, instrumental -para órgano-, de cámara y sinfónica (campo en el que destacó especialmente).
Wagner —que admiraba a Bruckner y al que reconocía como su maestro— señaló en sus memorias: «si alguien tiene ideas sinfónicas después de Beethoven, ese es Bruckner.»
La escena musical vienesa estaba polarizada por los partidarios del estilo musical de Richard Wagner y los que preferían la música de Johannes Brahms. Al dedicar a Wagner su Tercera Sinfonía, Bruckner se ubicó sin desearlo en uno de los dos bandos.
El crítico musical Eduard Hanslick, líder de la corriente conservadora, escogió a Bruckner como blanco de su ira antiwagneriana al calificar esta sinfonía como "si la Novena de Beethoven y la Walkiria de Wagner se mezclaran, y la primera acabara pisoteada por los cascos de los caballos de la segunda".
El gran éxito del estreno de su Séptima Sinfonía en Leipzig en 1884 proporcionó finalmente a Bruckner el reconocimiento público que se le había negado hasta entonces. Según el propio Bruckner, encontró la inspiración para componer el tema principal del Adagio al saber que Wagner, su amado maestro, estaba agonizando, e incluyó por primera vez en su orquestación unas tubas wagnerianas para entonar el lamento fúnebre con el que concluye la pieza.
Y, si bien es en sus composiciones sinfónicas donde se puede apreciar toda la magnitud de su obra, nosotros, en esta efemérides, proponemos la escucha del citado Adagio y su impresionante Te Deum.
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