En la segunda semana, la Iglesia motiva a la reconciliación con Dios mediante la Confesión, la cual nos devuelve la amistad con el Señor, que se había perdido por el pecado.
En este contexto, el encendido de la segunda vela de la Corona de Adviento es signo del proceso de conversión que se está viviendo.
La Navidad es gritar en el desierto como Juan el Bautista: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”.
Es hablar sin rodeos desde el leguaje de la desnudez, desde el vacío de lo superfluo y la conciencia de lo necesario.
Es pedir a voces que los “valles se levanten” apoyados en la vivencia de la fe y en los cimientos del amor. Es plantar cara para que “los montes y las colinas se bajen” y allanemos el camino que impide el paso de Dios por nuestras vidas.
La Navidad es también, en contraste con Juan, silencio, reflexión y denuncia interior al comparar nuestra vida con la entrega incondicional de María. Es coherencia y humildad para comprender quién es el Dios de la vida y cuál es su mensaje. Es decir sí al plan de Dios sobre nosotros para que Jesús se haga carne en nuestras entrañas.
La Navidad es experimentar el amor desmedido y exagerado, para la lógica humana, de un Dios enamorado de su criatura que quiere formar parte de tu historia y de la mía.
La Navidad es hacer nuestra la respuesta de María: “Hágase en mí según tu Palabra”. Nuestra tarea, en palabras de Juan el Bautista, es acoger ese amor para vivir siempre desde Dios.
Santa María del Rocío, Madre de la esperanza y de la espera, tú que nos enseñaste que amar es saber esperar el tiempo necesario, ayúdanos con tu intercesión a preparar nuestra vida para que Cristo pueda morar en ella.
(Francisco Jesús Martín Sirgo
Director Espiritual de la Hermandad Matriz, Párroco de la de Ntra. Sra. de la Asunción, de Almonte y Rector del Santuario de Ntra. Sra. del Rocío.)
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