Todos los aficionados a la Música Clásica conocen que Glen Gould fue un pianista canadiense, verdadero especialista en la música de Bach, y dando un salto en el tiempo y en el vacío, incluso de Schomberg.
Con el tiempo y mucho después de su muerte se le diagnosticó el Síndrome de Asperger y así se puede explicar cosas inexplicables en vida:
Excéntrico y encantador, se presentaba a los conciertos con mitones, abrigo, bufanda independientemente del calor que hiciera, con una desvencijada silla de madera con respaldo y casi sin asiento, con las patas recortadas que hacía que le quedara la nariz a la altura del teclado. No es raro escuchar su voz cantando durante las grabaciones. Dotado naturalmente de una técnica sorprendente, sus grabaciones son un referente para todo músico. La pequeña silla que utilizaba lo identifica fielmente y tiene un lugar de honor en una vitrina en la Biblioteca Nacional de Canadá.
Leyendo un muy interesante libro de reciente aparición Música solo Música que narra conversaciones entre el musicólogo japonés Hariki Murakami y el director Seiji Ozawa y una de ellas dice más o menos lo siguiente:
Ozawa era director asistente de Bernstein y antes de comenzar un concierto con la Filarmónica de Nueva York, Leonard cogió el micrófono y se dirigió al público diciendo que iba a dirigir un concierto con el que él no estaba de acuerdo. Era el Concierto nº 1 de Brahms.
Entonces, ¿qué pinto yo aquí dirigiéndolo? (Murmullos de la audiencia.) Lo dirijo porque el señor Gould es un artista tan serio e importante que no me queda más remedio que tomar en consideración cualquier cosa que se le ocurra de buena fe, y en este caso su concepción es lo suficientemente interesante como para convencerme de que ustedes deberían escucharlo. Pero la pregunta anterior sigue en pie. ¿Quién manda en un concierto, el solista o el director?
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