La falta de control en la sierra facilitaba el bandolerismo, y muchos delincuentes acudían a la ciudad para vender lo robado o divertirse en mesones y posadas, especialmente en la calle Alhóndiga.
Diego Corrientes, un célebre bandido del siglo XVIII, desafiaba a las autoridades locales, incluido el juez Francisco Bruna, con astutas acciones que mantuvieron el bandolerismo activo hasta que fue capturado y ajusticiado en 1781.
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