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domingo, 26 de mayo de 2024

SEVILLA. ASÍ QUE PASEN CIEN AÑOS


Nuestro amigo José María Jurado publica hoy en ABC un artículo bajo el nombre de Así que pasen cien años en el que nos habla de aquella Generación del 27 que tuvo su embrión en Sevilla, así como de la Exposición Iberoamericana, que cambió el aspecto urbanístico de nuestra ciudad.
Y, para que sea más fácil su lectura, sin tener recurrir a ampliación de la imagen, ofrecemos el texto íntegro del artículo.
Así que pasen cien años


No nos olvidamos de las Mujeres del 27

Una encendida noche de diciembre de 1927 un tren de carbonilla, tras surcar por más de doce horas una meseta combatida por la nieve y la ventisca -quizá mis lentos ojos no verán más el sur-, de salvar los formidables desfiladeros de Despeñaperros donde las rocas componían el ciclópeo retablo de Polifemo y Galatea y de dejar atrás la campiña del Guadalquivir, entre naranjos y olivos, arribaba a Sevilla, a la estación de Córdoba, lejana y sola, con el lírico cargamento de una capillita de poetas. Acudían desde Madrid, una ciudad de más de un millón de cadáveres, al llamado del Ateneo y de Ignacio Sánchez Mejías a celebrar el tricentenario de oro de Góngora.
Aquel instante, lo escribió uno de los viajeros, es ya una leyenda. Al adentrarse en los laberintos de la ciudad sus protagonistas no podían imaginar que, como Rómulo en Roma, peligro para caminantes, estaban oficiando la fundación de la modernidad poética y acaso de la modernidad sin más de España.
Vicente Aleixandre, apenas sevillano de relámpago y nacimiento, no pudo venir por su perpetua mala salud de hierro; Luis Cernuda y Fernando Villalón, los otros dos poetas sevillanos de la alineación oficial, aunque asistieron al homenaje, no saldrían en la fotografía canónica; Pedro Salinas, catedrático en Sevilla, había retornado a la capital por vacaciones; Romero Murube, quien junto a Collantes de Terán fuera a recoger a la expedición a la estación, no figuraría siquiera en la nómina que cristalizaría dos años tarde en la Antología de Gerardo Diego. Sin embargo, y pese a estas carencias vernáculas, marca secular de una tierra que tan alegre regala sus favores al visitante como se los niega a sus hijos más preclaros, en Sevilla tuvo que ser…
Juan Ramón Jiménez, verdadero padre literario y espiritual del grupo, que había bendecido la excursión y a quien los poetas remitieron una carta colectiva a su llegada, había bautizado unos años antes a Sevilla como “capital lírica de España”.  ¿Y dónde habría de celebrarse esta ceremonia iniciática sino en la ciudad donde Al-Mutamid compusiera su diwan, Alfonso X el Sabio cantara a Santa María de los Reyes, estrella del día, donde Fernando de Herrera hiciera arder los renacentistas hachones del idioma y Rioja los pétalos fulgurantes de la rosa barroca, émula de la llama? Donde Arguijo, Medrano o Rodrigo Caro cantaran los despedazados mármoles de Itálica, donde Gustavo Adolfo Bécquer había recorrido las viejas calles de San Lorenzo hacia el lugar donde habita el olvido, donde Antonio Machado, maestro viviente al fin, había contemplado en días azules el latido del sol sobre las ramas de un claro limonero.
Lo sucedido después, ya lo dijimos, es leyenda: las intervenciones y recitales en la Sociedad de Amigos del País en la calle Rioja, porque el Ateneo se hallaba, cofradía laica de invierno, inmerso en los preparativos de la cabalgata de reyes; la fiesta sin fin en la finca de Pino Montano, tan rica de ventura, donde rugió el tronco negro y gitano del faraón Manuel Torre; la clara sinrazón de la visita a la casa de locos de Miraflores; la cena en la Venta de Antequera, donde palpitaban los toros de la Maestranza, y el casi naufragio en el Guadalquivir con Dámaso Alonso coronado de laureles y Federico García Lorca rezando a la Virgen del Carmen.
¿Leyenda? Aquel instante fue la cima de una edad de diamante en las letras y las artes españolas. Aquellos jóvenes bellamente terribles escribían sus poemas a la sombra viviente de Unamuno, de Valle, de Manuel y Antonio Machado, de Ortega, Gómez de la Serna, Menéndez Pidal, Eugenio d’Ors… Era todavía la España de Cajal y Benavente y casi la de Galdós, la España de Falla y de Mompou, la de Picasso y Santiago Rusiñol. 
Tras los desastres del 98 y la cornada africana de Anual, en una breve y agónica década la cultura española alzó su canto del cisne. Apenas nueve años después toda esa fulgurante pléyade caería acribillada en un barranco o partiría rumbo al destierro, sepultada entre ortigas su memoria, bajo los muros insomnes de la Real Academia.
En los últimos tiempos muchas voces han impugnado la consagración lírica del 27, olvidando que la primera Antología de Diego, la de 1931, tuvo más de manifiesto y afirmación de un grupo colegiadamente consultado que de exhaustivo panorama. Astros de una gran galaxia donde también fulgían María Zambrano, Rosa Chacel, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín o Maruja Mallo, que se quitó el sombrero en la Puerta del Sol abrazada a Lorca y a Dalí.  Como una losa cae todavía sobre su obra el vicio español de la política, exiliados la mayoría por su compromiso con la República, pero olvidándose no indeliberadamente el asesinato de Hinojosa, su victoria en la derrota opacó en los manuales la obra de autores como Pemán, Ruano o Foxá, que pertenecían a la misma constelación, lo que también injustamente se les reprocha, como se les reprocha su enemistad con Juan Ramón Jiménez que, ay miserias de los poetas y la poesía, era una forma de admiración recíproca.
Sevilla afronta en los próximos años dos efemérides, la inmaterial del 27 y la urbanamente material de la Exposición Iberoamericana, y ha de ser fiel a su tradición y su historia. En estos tiempos oscuros, cuando el fango del poder usurpa la palabra, volvamos la vista atrás y así que pasen, dentro de tres, cien años, retorne a la ciudad el acelerado sueño de esta estirpe, el tren de la palabra que es belleza y, sobre todo, verdad.

José María Jurado García-Posada
Y, como un verdadero experto en música, hemos pedido a José María que sea él quien le ponga banda sonora a esta artículo, y, en nuestra opinión, no puede ser más acertada, con esta bella Romanza de  Bacarisse, miembro del Grupo de los Ocho y uno de los representantes de la Música en la Generación del 27.

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