Su maravillosa técnica, su refinamiento estilístico y su elaboración armónica se han comparado históricamente, por su influencia en la música posterior, con las de Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Johannes Brahms, Franz Liszt o Serguéi Rajmáninov.
En abril de 1832 el cólera hizo estragos en la población de París, diezmó a las clases trabajadoras e hizo huir a las provincias a los más pudientes, Orlowski, compatriota y amigo de Chopin escribió a los suyos: «Me ocurre que voy a verlo y vuelvo sin haber cambiado una palabra con él: tan melancólico está. [...] En París la situación es mala. Los artistas se ven reducidos a la miseria, porque el cólera ha hecho huir a las provincias a todas las familias ricas...».
Pronto, sin embargo, el azar tiende una mano de ayuda:
Un día de mayo de 1832, Chopin se pasea por el bulevar y se encuentra en él a Valentín Radziwill, padre del príncipe Antonio, quién lo lleva a una velada ofrecida por James de Rothschild. El joven se sienta al piano sin haberse preparado y obtiene un éxito mucho mayor que en ninguno de los conciertos que dio hasta entonces. Allí está presente la élite de la sociedad. De la noche a la mañana el nombre de Chopin vuela de boca en boca.
Hace años, tuvimos ocasión de escuchar a uno de los mayores especialistas en Chopin de la actualidad, en un inolvidable concierto en Los Conciertos de la Luna Llena, que organiza ProMúsica Águilas en su Castillo de San Juan de las Águilas.
Ludmil Angelov interpretó el Estudio “Revolucionario”. Esta obra sitúa al pianista ante un reto de proporciones titánicas: interpretar la partitura de Chopin únicamente con la mano izquierda y en una tonalidad atípica (la de Do sostenido menor).
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