Los caprichos del destino decidieron que en el mismo día, de distintos años, que el mundo alumbraba el genio de Mozart, se extinguiera la vida, que no el de de otro como Verdi, fallecido en Milán el 27 de Enero de 1901
Verdi fue coetáneo de Wagner, y como él un compositor eminentemente dramático, Verdi fue el gran dominador de la escena lírica europea durante la segunda mitad del siglo XIX.
La muerte de su esposa y sus dos hijos, lo sumieron en una profunda depresión en la que llegó a plantearse el abandono de la carrera musical. No lo hizo: la lectura del libreto de Nabucco le devolvió el entusiasmo por la composición. La partitura, estrenada en la Scala en 1842, recibió una acogida triunfal, no sólo por los innegables valores de la música, sino también por sus connotaciones políticas, ya que, en aquella Italia oprimida y dividida de la época, el público se sintió identificado con el conflicto recreado en el drama. Con este éxito, Verdi no sólo consiguió su consagración como compositor, sino que también se convirtió en un símbolo de la lucha patriótica por la unificación política del país.
El 12 de marzo de 2011, durante una presentación de Nabucco en el Teatro de la Ópera de Roma para celebrar los 150 años de la unificación italiana, el director Riccardo Muti hizo una pausa después de «Va pensiero» y se volvió para dirigirse a la audiencia —que incluía al entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi— para quejarse de los recortes en la financiación estatal de la cultura. El público luego se unió en una repetición del coro.
Y nos permitimos ofrecer la que, para nosotros, es la mejor versión grabada jamás de su Réquiem, dirigido por Karajan y con unos jóvenes Pavarotti, Price, Cossotto y Ghiurov.
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