Uno de nuestros amigos vinculado muy estrechamente y comprometido con todo lo que ayer nos fue permitido disfrutar, pero que ha preferido no citemos su nombre nos envía unas reflexiones que pensamos son compartidas por todos y que por tanto hemos querido publicar.
Por nuestra parte, también hemos preferido silenciar las palabras de elogio que dedica a La Décima.
La noche de ayer mágica, una borrachera de emociones, un trabajo inmensamente esforzado..., ¿Cuánto vale una experiencia como ésta de ayer, no sé traducirlo en números como exige nuestro dios dinero.
El trabajo ha sido duro, muy duro, pero una experiencia como la de ayer me procuró una inmensa y profundísima emoción por momentos, siendo cada uno de estos momentos casi infinitos; pienso podría haberse alargado indefinidamente (humanamente imposible mantener durante un minuto más tal despliegue de trabajo por ese "enorme" grupo humano que se encontraba en el escenario).
Personalmente creo que gran parte del público (por no decir todos los que estaban presentes), en una suerte de comunión, hubiéramos permanecido horas y horas y horas embelesados, hipnotizados, sumidos en ese encantamiento tejido por la belleza, al tiempo que prendados y admirados por los logros del ser humano, capaz de desplegar tanta emoción, tanta coordinación y orden, donde las jerarquías parecen desvanecerse o diluirse para derivar en un único bloque que palpita con un sólo corazón).
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