La falta de un gobierno fuerte permitió que el motín se descontrolara.
El rey Enrique III castigó al Arcediano y a la ciudad con una multa severa, pero la comunidad judía no se recuperó.
Para 1492, casi no quedaban judíos en Sevilla, y la expulsión decretada por los Reyes Católicos tuvo poco impacto debido a la casi total desaparición de la comunidad.
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