Y tras el concierto, queriendo alargar la noche al máximo y para calmar los ánimos tras la vibrante música que todavía llevábamos en nuestros sentidos, un importante número de nosotros nos marchamos a cenar al Bodegón que adquiere su nombre de la Torre a cuya sombra se cobija y que albergaba el oro procedente del otro lado del Atlántico.
En un entorno tan envidiable, sazonado de viandas y vinos, las conversaciones se enlazaban y eran casi las dos de la madrugada cuando tomamos la decisión, triste pero necesaria, de dar por ultimada la jornada.
Desgraciadamente El reloj no dejó de marcar las horas, como hace unos dias le pedíamos con la mediación de Lucho Gatica.
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