Merimée describe en su novela además el ambiente de la fábrica:
«Sabrá, señor, que hay de cuatrocientas a quinientas mujeres empleadas en la fábrica. Son las que lían los cigarros en una gran sala, donde los hombres no entran sin un permiso del Veinticuatro, porque cuando hace calor, se aligeran de ropa, sobre todo las jóvenes. A la hora en que las obreras vuelven después de comer, muchos jóvenes van a verlas pasar y se las dicen de todos los colores. Pocas de ellas rehúsan una mantilla de glasé, y los aficionados a esa pesca no tienen más que agacherse para coger el pez»
Las cigarreras comenzarán a trabajar en la fábrica de Sevilla a partir de la Guerra de Independencia y permanecerán en ella el resto del siglo XIX.
Lejos de la imagen de mujeres bellas, sensuales y de historias de rivalidades y celos que nos trae a la mente la literatura, las cigarreras se comportan como unas pioneras y luchadoras por el bien de todas. Algunas de estas mujeres rechazaron el matrimonio y se convirtieron en las primeras en afiliarse a sindicatos y entidades republicanas.
Todas ellas de orígenes muy humildes. Barrios como Triana disfrutaban de un urbanismo pensado para la solidaridad. Los patios de vecinas y las corralas -tan propios del entorno trianero- asistieron a una enorme hermandad entre familias humildes andaluzas gitanas y no gitanas que generó una idiosincrasia propia que todavía se recuerda con nostalgia y que «finalizó» con la injusta expulsión de las familias gitanas del barrio en 1957».
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