El 30 de junio una multitud había acudido a la abadía de Saint-Germain-des-Prés, donde estaban encarcelados varios guardias franceses acusados de indisciplina, para liberarlos.
La tensión era extrema y existía el temor a que tropas extranjeras cercanas a los intereses de la familia real y de la nobleza intentasen algún ataque contra París.
La población, intimidada y desinformada, se vio sorprendida por la noticia del cese de Necker por el rey el día anterior, y lo consideró prueba inequívoca de la existencia de un complot aristocrático.
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