En la primera década del siglo XX, Gustav Mahler fue uno de los más importantes directores de orquesta y de ópera de su momento.
Durante sus diez años en la capital austriaca, Mahler —judío converso al catolicismo— sufrió la oposición y hostilidad de la prensa antisemita. Sin embargo, gracias a sus innovadoras producciones y a la insistencia en los más altos niveles de representación, se granjeó el reconocimiento como uno de los más grandes directores de ópera, particularmente como intérprete de las óperas de Richard Wagner y de Wolfgang Amadeus Mozart.
La revalorización de Mahler fue lenta, al igual que la de Anton Bruckner, y se vio retrasada a causa de su gran originalidad y del auge del nazismo en Alemania y Austria, pues su condición de judío catalogó a su obra como «degenerada» y «moderna».
Solo al final de la Segunda Guerra Mundial y por la decidida labor de directores como Bruno Walter, Otto Klemperer y, más tarde, Bernard Haitink o Leonard Bernstein,su música empezó a interpretarse con más frecuencia en el repertorio de las grandes orquestas, encontrándose entre los compositores más destacados en la historia de la música.
A nosotros no nos cabe duda que, a nivel popular, contribuyó a su conocimiento la inclusión del famoso movimiento nº 4 Adagieto, de su Sinfonía nº5 en la película de Luchino Visconti: Muerte en Venecia.
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