REFLEXIÓN DE LOS PADRES DOMINICOS. (Convento Sta. María de Atocha)
Este segundo domingo de adviento nos invita a descubrir en la figura de Juan el Bautista el valor y las implicaciones del desierto: valor de un decir sin ambages desde el lenguaje de la desnudez, desde el vacío de lo superfluo y la conciencia de lo necesario.
Valor de coherencia y humildad para comprender quién es el Dios de la Vida y quiénes somos trabajadores de su mies.
El desierto remite a dificultad, incluso, a crisis. Sin embargo, si tomamos como referencia el significado etimológico de la palabra ‘crisis’ nos encontramos con que se trata de un momento ‘oportuno’ para definir, para hacer opciones y tomar caminos que conduzcan nuestra vida a una mayor plenitud de amor y sentido.
Esa es la propuesta que Juan trae desde los desiertos de la existencia. Es más, quizá son los desiertos de la vida los lugares privilegiados donde preparar nuestra capacidad de encuentro y acogida con el Señor.
Dispongamos ahora nuestro cuerpo y espíritu y dejémonos interpelar:
¿qué desiertos identificamos en nuestra existencia?
¿qué desiertos habitan mi vida y las de los que me rodean?
¿es la pandemia un desierto en este año 2020 que nos pueda traer, más allá del sufrimiento, alguna opción y camino que tomar en la vida?
¿cómo ser consuelo que hable al corazón humano en medio de los desiertos de la vida?
¿cómo cultivo la paciencia como pedagogía de una esperanza activa?
¿he pasado en mi vida de un bautismo de agua a un bautismo de Espíritu, con lo que ello implica? ¿ritualismo o acontecimiento vivificador?
Finalmente, ¿es esta existencia nuestra, llena de gozos y penumbras, adviento?, es decir, ¿tengo esperanza y conciencia de una continua venida de Dios a mi vida?
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