lunes, 19 de agosto de 2024

PRIMER CONCIERTO DE LA LUNA LLENA EN EL CASTILLO DE ÁGUILAS. COLABORA: JAIME INSA. PINTOR DE VIDA.


La ausencia este año de nuestro compañero Pascual en los Conciertos de la Luna Llena que tienen lugar en el Castillo de su querida Águilas, siendo la primer vez que tanto él como María Rosa dejan de asistir, logicamente por fuerza mayor,  desde que ProMúsica Águilas los organiza, y ya va por su 13ª Edición, no debe ser un obstáculo que nos prive de contar todo lo que allí esté sucediendo, y lo hacemos con la colaboración de Jaime Insa, habitual lector de nuestro Blog, y  autor de un puñado de Pinceladas de Vida, que tiene editadas y con un gran éxito de ventas.

Copiamos texto de esta Pincelada de Vida, de la mente y pluma de Jaime Insa,  correspondiente al concierto de anoche, a cargo de Laura Rodriguez y Juanjo Blázquez.

CONCIERTOS DE LUNA LLENA Nadaba plácidamente en el mar, en las cercanías de mi querida playa de Poniente (Águilas), rondando las ocho de la mañana, cuando el sonido del rotor de un helicóptero paró mis brazadas. Mi vista se dirigió indefectiblemente hacia el castillo de San Juan… Y apareció tras su silueta, como cada agosto. La hélice, ese conjunto de aspas que giran alrededor de un eje vertical para proporcionar la elevación necesaria, producía el mágico sonido, a modo del tañido de las campanas de un viejo y noble campanario anunciando la llegada de un inminente y especial acontecimiento. Y otro año más, esa icónica e inaudita imagen del helicóptero sobrevolando el castillo aguileño con el piano colgando me resultó sanadora. Minutos antes, el aparato había despegado con su ostentoso “inquilino” desde el Auditorio y Palacio de Congresos Infanta Elena, de Águilas, auténtico templo de la cultura de este bonito municipio. Ahora tocaba depositarlo en la Batería de San Pedro del referido castillo, la noche esperaba la majestuosidad del sonido de sus teclas. Un joven lorquino, afincado en Manchester (Juanjo Blázquez), iba a ser el afortunado en el idilio. 
Yo seguía allí, en el mar, hipnotizado por el embrujo del momento, del cómo maniobraba el helicóptero, descendiendo muy pausadamente en el punto justo donde, unos menos más abajo, debería depositarlo. Colgaba pues el piano de su largo cable de sujeción, hasta que, en un momento dado, el aparato volador volvió a coger altura, ya no colgaba el instrumento del referido cable. Se había cumplido, un año más, el rito. Ahora, el helicóptero volaba rápido y alegre por encima de donde yo estaba ─quizá para saludarme, quién sabe─, para, acto seguido, dar una amplia curva y dirigirse de nuevo hacia levante. Este año se cumple la XIII edición de este entrañable ciclo de música clásica (que se inició en 2011, y que, salvo el verano de 2020, por la pandemia de coronavirus, ha convocado ininterrumpidamente a los amantes de esta música), coincidiendo con la primera luna llena de agosto, y que la asociación Pro Música Águilas nos regala, con una apuesta digna de elogio, tanto por su calidad como por el esfuerzo organizativo necesario, y que nos hace estar en permanente deuda con esta asociación, que además ha puesto a Águilas a la vanguardia nacional en materia de música clásica (puesto que también, a lo largo de todo el año, habilita una temporada de conciertos absolutamente sublime). 
Un auditorio al aire libre, situado en la Batería de San Pedro, en el castillo de San Juan de las Águilas, a 85 metros sobre el nivel del mar, es el escenario del mágico e imperecedero evento cultural, entre las aguileñas bahías de Levante y de Poniente, con el Pico de la Aguilica en la cercanía, y la isla del Fraile y el Cabo de Cope un poco más al fondo, en dirección levante; al frente, la majestuosidad de nuestro Mediterráneo; a poniente, abajo, el Peñón del Roncaor, seña de identidad de este bonito municipio. El lugar no puede tener más hechicería, puesto que es una auténtica balconada, absolutamente vertical, sobre un mar en esos momentos vestido con los reflejos plateados de la luna, en un sutil romance consentido. En la coqueta explanada ya se está viviendo la típica inquietud expectante anterior a los acontecimientos muy esperados y deseados. Son los momentos previos al inicio del concierto, y todos tenemos ya ganas de que empiece. No cabe allí un alfiler, y todo el mundo muestra la sonrisa propia de saberse en el lugar idóneo para el disfrute, un aroma a pincelada de vida que está a punto de explosionar. Miro a un lado y a otro, gente conocida, gente amante de la cultura con mayúsculas, de la música clásica en particular. Hay montado un coqueto escenario en uno de los rincones de esta Batería de San Pedro, tapizado de un rojo intenso, con los paneles al fondo del propio ciclo de los conciertos de este año. Sobre él, descansa paciente el piano a la espera de que aparezca Juanjo. 
Un atril próximo, también está impaciente por la llegada de su inquilina, la virtuosa violinista aguileña Laura Rodríguez… Minutos después, aparecen ambos por el pasillo central. Ella, siempre elegante, vestida con un traje negro largo, con un único tirante sobre su hombro derecho, que engarza en un aro a su desnuda espalda, con pliegues por encima de la cintura; él, con pantalón negro y camisa gris brillante, según marcan los cánones para estos eventos. 


Surgen los aplausos, espontáneos, sentidos, agradecidos y expectantes. Comienza el concierto. Es L.V. Beethoven, con su sonata para violín y piano número 5, “Primavera”, (Allegro, Adagio molto espressivo, Allegro molto y Allegro ma non troppo) quien nos da la bienvenida. El público, rápidamente, se entrega a esta música fresca y alegre, sueña despierto, respira hondo ante este estilo interpretativo de técnica versada, y con un enfoque riguroso pero preñado de sensibilidad, que combina maravillosamente la vivacidad casi insultante del Allegro con la cadencia más melódica y envolvente del Adagio. Los posteriores y pronunciados aplausos sacan la sonrisa agradecida y orgullosa de Laura y de Juanjo, se ha creado un embrujo simbiótico entre intérpretes y público, la hechicería vuela en el entorno, en un maridaje perfecto que solo propician los conciertos únicos y especiales. Este, sin duda, lo es. A continuación, es la música española la que coge el testigo. Y nadie mejor que Falla para la recreación de lo nuestro, de esa música de tonos de fiesta y desenfado. Acordes de canciones populares flotan en el ambiente (el paño moruno, nana, canción, polo, asturiana, jota), que casi te hacen sentir que eres tú quien la interpreta, por cercana, por propia. Acordes frescos, interpretados con maestría y naturalidad. Momentos donde puedes llegar a sentir cómo el violín literalmente llora mientras la madre acuna a su hijo (nana), o las teclas del piano que marcan la serenidad contenida de un momento especial (asturiana); o incluso, el folklore en su esencia más íntima, cuando violín y piano son capaces casi de hacernos bailar allí mismo (jota). Un receso pone en pausa la emoción vivida, los corazones latiendo con fuerza, la mente en un crisol de estímulos, el olvido de las penurias cotidianas... Toca disfrutar. Es momento de saludar a los amigos, de tomarte con ellos, bajo el influjo de la luna, una copa de cava, seña también de identidad en todos los conciertos que acomete esta emblemática asociación. Vueltos de nuevo a nuestros asientos, instantes después aparecen de nuevo sobre el escenario Laura y Juanjo, se les ve contentos, satisfechos, yo diría que pletóricos, ante un público entregado y amigo. La expectación se palpa. Ahora, ¿qué viene? Veremos. Aparece de repente Davide Boario. Nos sorprende su presencia, quizá por inesperada, y quizá también por eso la expectación aumenta en el auditorio. Pronto el hombre se ha metido al público en el bolsillo, Laura y Juanjo se han ocupado cumplidamente de ello, interpretando Adagio en Sol menor y Esencia de una rosa. En cierto modo, percibo un claro guiño con reminiscencias a las bandas sonoras del cine, sobre todo en Esencia de una rosa, pieza musical que el autor decidió dedicar a nuestra querida Laura, que ahora se siente orgullosa ─motivos tiene─ en su magistral interpretación. Sin duda, una música primaveral, de una viscosidad envolvente y cautivadora, a la que nuestros intérpretes están dando vida propia. Siento que no quiero que acabe el concierto, siento asimismo el lujo de experimentar la esencia de las cosas sencillas de la vida, una especie de viaje por los sentidos, casi un viaje interior; mientras el susurro del mar acuna el dulce sueño… y acabas admitiendo que todo viaje es un viaje interior. En un concierto que se precie, y este claramente lo es, no debe estar ausente Schumann. Ha decidido regalarnos su Sonata en La menor, número 1, Op. 105. Aparece, como un sereno ciclón ─si esto es posible, y yo pienso que absolutamente sí─ el romanticismo musical, donde la emoción y el sentimiento son captados magistralmente por la sensibilidad artística de Laura y Juanjo, que se dejan llevar, casi meciéndose literalmente, con unos acordes inauditos, con los que rápidamente hacen cautiva a su entregada audiencia. La última pieza ─Lebhaft─, es de una fuerza expresiva brutal, de ritmos cambiantes y tonos versátiles; una auténtica gozada para nuestros oídos. Aplausos y más aplausos. “Danza de la Vida breve”, de Manuel de Falla, pone el punto final al programa de esta noche, de este espectáculo de Luna Llena, porque la vida es eso, saberla entender. A partir de ahí, todo puede estar a nuestro alcance si verdaderamente le damos prioridad a lo realmente importante. 


Como cantara Serrat en su icónica melodía Aquellas pequeñas cosas, obra maestra de la sencillez, que entroniza las máximas de Platón y la poesía de Machado. En esta danza, Falla compone una auténtica aleluya a la vida, a modo de la danza española, un resucitar de los estímulos, bajo acordes alegres y pletóricos, vivaces y emergentes, que Laura y Juanjo han sabido magistralmente captar e interpretar. El público está entregado, feliz, añora más música, no quiere que el idilio acabe, los aplausos envuelven el propio castillo, como si se tratase del fantasma que habita en él. No, el concierto no ha acabado aún, Laura nos anuncia el regalo de dos piezas más, prebenda impagable para quienes hemos tenido la fortuna de estar allí: Ave María, de Piazzolla… Y Youkali. La primera pieza constituye una melodía sugerente, donde piano y violín, violín y piano, nos trasportan, desde la serenidad de los acordes, por la superficie de ese mar iluminado que tenemos debajo ─casi bailando sobre él─, y que tanto nos inspira. Me quedo, sin duda, con la sensibilidad con la que Laura y Juanjo han sido capaces de interpretar a Piazzolla, en lo que finalmente nos ha acercado a un sutil y cadente tango. 
El origen del término Youkali se encuentra en un “tango habanera instrumental” compuesto por Kurt Weill y perteneciente a la música escénica de “María Galante”, novela de Jacques Deval, adaptada al teatro en 1934 y posteriormente al cine. Se nos presenta como una isla imaginaria, la utopía que todos necesitamos. Youkali es como la vida…, o mejor, hay bastantes youkalis en la vida de cada uno. Pero también es el espejismo, la isla a cuyas orillas llegamos, pero que nunca nos deja tomar tierra, al igual que la vida, cuando nos pone la miel en los labios, y pronto nos la arrebata. Es, en definitiva, el respeto a todos los deseos intercambiados. Es el país de los bellos amores compartidos. Es la esperanza que está en el corazón de todos los humanos, la liberación que todos esperamos para el mañana. «Y al fin de casi todo, mi barca vagabunda, mecida por las olas, con fuerza me arrastró. La isla misteriosa, la que soñamos todos, parece que te invita a entrar en su interior». 
El piano de Juanjo y el violín de Laura han elevado a lo sublime esta bella historia con los acordes nostálgicos de sus notas musicales, interpretando, con la sencillez del avezado artista, que hace fácil lo excelso, momentos para el recuerdo imperecedero. 
Mientras la escuchaba embobado, he percibido un último brindis entre amigos, en un lugar muy especial, sabedores que es una auténtica despedida, pero que ya huele a inminente morriña. Pro Música Águilas ha vuelto a sorprendernos, y ya es mucho decir a estas alturas de cronología y apuesta musical, porque además ha tenido la sensibilidad y el acierto necesarios para que hoy, en el escenario, estuviesen dos virtuosos de la música, que además son de nuestra tierra, en esa hermandad imperecedera de las localidades de Águilas y Lorca; Laura y Juanjo, respectivamente, han puesto el corazón, además de su arte, en esa simbiosis por la cercanía de una tierra, la nuestra. Larga vida a la música clásica en Águilas. Notas del autor En este relato, que en principio pretendía ser solo una modesta crónica musical, no quiero olvidar a mi amigo Pascual Muñoz Muñoz, que, muy a su pesar, no ha podido estar físicamente con nosotros, pero su presencia era real en el pensamiento de tantos y tantos amigos que le hemos echado de menos. 
Igualmente, deseo mostrar agradecimiento sincero a Juanjo Blazquez (padre del pianista), cuya intensa amistad es un regalo de vida para mí. La fotografía del piano y el helicóptero ha sido cedida amablemente para esta publicación por Pro Música Águilas. 
Finalmente, qué puedo decir de Laura Rodriguez Moreno Rodríguez que no le haya dicho ya a ella. Sabe de sobra la admiración y el aprecio que le tengo.

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