En este tercer domingo de Cuaresma en el que nos adentramos, justo en su ecuador, las lecturas nos hacen un claro llamamiento a ir hacia dentro, a profundizar, a dejar de lado imágenes e ídolos y girar nuestras vidas hacia el que dice de sí mismo: «soy el Señor, tu Dios».
En el corazón de la tradición religiosa de Israel, la Ley, el Templo y las observancias, constituían los signos de su identidad y de su pertenencia exclusiva a Dios. En la época de Jesús, el Templo se había convertido en un lugar comercial, y su “celo” por el Padre lo movió a realizar un gesto significativo, al estilo profético; un gesto que quedó grabado en el corazón de las primeras comunidades donde se predicaba a “un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados”. (1Cor 1,22-25).
(Convento de San Esteban, Salamanca. Dominicos)
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