Hablar de Beethoven, ¿explicar? a Beethoven es como hacerlo del Partenón, empresa inútil, porque se explica solo, como la naturaleza.
Hoy no teníamos previsto hablar de Beethoven, aunque siempre es buen momento para ello, pero la lectura de las notas al Concierto de la presente semana a cargo de la ROSS y escrito por José María Jurado, nuestro buen amigo y compañero de "Faena" en la divulgación de la Ópera, a través de la ASAO, de cuya Junta Directiva forma parte muy activa, nos ha hecho introducir al genio de Bonn en nuestras publicaciones, y coincidiendo con la interpretación de su Concierto para Violín y Orquesta,
El autor con Bécquer 1862. Un paseo literario por Sevilla, que está batiendo récord de ventas, y cuya lectura recomendamos. |
Se puede leer las Notas al Concierto completas PULSANDO AQUÍ, y de las que extraemos algunos de sus párrafos.
Hablar de Beethoven, ¿explicar? a Beethoven es como hacerlo del Partenón, empresa inútil, porque se explica solo, como la naturaleza.
Ante la belleza y grandeza de su obra toda palabra empequeñece. Ninguna programación orquestal está completa si no incluye al menos una pieza del genio de Bonn.
La escritura para violín fue siempre una constante en Beethoven, ahí están los dieciséis cuartetos de cuerda, todos portentosos y abismales los últimos, o las diez sonatas para violín y piano, entre ellas las sonatas “Primavera” y “Kreutzer”, de 1801 y 1802, antecedentes de la obra a la que hoy asistimos. .
Escrito a gran velocidad y completado apenas dos días antes de su estreno, sin someterse a la estricta reflexión de su creador que sopesaba mucho cada compás, está imbuido, acaso por esa celeridad en la composición, de la gracia y la ligereza que lo hace inteligible a la primera escucha.
El concierto se inicia con cuatro suaves golpes de timbal -ejemplo excelso de la genialidad Beethoveniana- que, misteriosamente, marcan la dinámica de toda la obra y que constituyen una suerte de fanfarria, de llamada a la música que va a ser creada. Este motivo se repite constantemente, concediendo unidad a una obra caracterizada por la brillantez y la claridad de su escritura. Al vibrante primer movimiento sucede el larghetto como un remanso de serenidad, mientras el difícil rondó final, anunciado por unas trompas que interpretan un tema de caza, dibuja arabescos infinitos, elevando la intrínseca belleza del violín a otra dimensión.
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