El interés de Celibidache radicaba en crear, en cada concierto, las condiciones óptimas para lo que él llamó una «experiencia trascendental». Creía que dicha experiencia era difícilmente comparable a la audición de la música grabada, razón por la cual la evitaba. Como resultado, algunos de sus conciertos dieron al público experiencias excepcionales; tal es el caso de su concierto en el Carnegie Hall, en 1984, considerado por el crítico del New York Times John Rockwell como el mejor en sus veinticinco años de asistencia a conciertos.
Sus ensayos sentaron época en las orquestas que dirigió para cada uno de sus conciertos y en este documental para la 9ª de Bruckner, podemos ver los motivos.
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