Admiramos y reconocemos el gran esfuerzo realizado por el Teatro de la Maestranza, que casi roza el milagro, al haber tenido que reducir su aforo a 200 localidades, cuando ya se tenía previsto y adjudicadas 800 plazas, según el anterior criterio.
Lamentablemente, a tenor de las críticas que hoy hemos leído, al no poder asistir a la representación, el esfuerzo parece que no ha tenido el resultado más apetecido, en una época que nos ha tocado vivir en que las grandes estrellas de la Ópera no son otros que los Directores de Escena, quitando protagonismo a quienes realmente debieran serlo.
Escribe Andres Moreno Mengibar en el Diario de Sevilla.
Hay obras de arte que, por su acabada perfección y su equilibrio extremado, soportan mal cualquier intento de manipulación o reinterpretación. O resignificación, como se dice en estos tiempos. Sobre todo cuando dicha resignificación no sólo no aporta un ápice a la comprensión y asimilación de la creación artística, sino que incluso emborrona y ensucia su naturaleza íntima.
proyecciones de púberes en actitud de equívocas alusiones sexuales, bailarinas sin sentido dramático, suegras inncesarias, ligera alusión a un burdel en la escena inicial, concha de apuntador y candilejas fuera de lugar, diseño de vestuario que hace de las parejas de amantes unos canis y unas chonis... Si a ello se le añade que se ha cortado media hora o más de una de las mejores músicas jamás compuestas para la escena, con la ruptura del fino hilo evolutivo que Mozart y Da Ponte tejen, la sensación final es de incomprensión sobre las razones para todo esto. Sólo les recomendaría leer el espléndido cuento de Manuel Vicent que habla de poner las manos sobre Mozart: NO PONGAS TUS SUCIAS MANOS SOBRE MOZART.
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